miércoles, 6 de noviembre de 2013

Bacalar y su laguna de los siete colores

El estado de Quintana Roo es famoso por sus playas bañadas por el Mar Caribe, pues es el único estado mexicano que puede presumir de ello (aunque debemos notar que en Cabo Pulmo, B.C.S. también encontramos cálidas agua color azul turquesa). Sin embargo, el estado caribeño tiene secretos que apenas empiezan a darse a conocer, uno de ellos, Bacalar, un pueblo ubicado al sur del estado a menos de media hora al norte de Chetumal.

La visita debe iniciar en su amplia plaza central, dominada por un quiosco moderno y sencillo, pero que armoniza con el entorno que le rodea. Hay que decirlo desde el principio... el pueblo no tiene su fuerte en sus casonas, y caminar por sus calles no nos transporta a los tiempos coloniales o porfirianos por los que esta localidad pasó a lo largo de su historia. Es un pueblo simple, pero de ninguna manera feo. Además, tiene más de un par de inmuebles históricos notables y pasa a la historia por ser el último bastión de la Nueva España en la frontera sureste. Como punto estratégico, los españoles levantaron en la rivera de la laguna de Bacalar el fuerte de San Felipe (de Bacalar), terminado en 1729, para defenderse de los constantes ataques piratas. Esta fortaleza respondió al motín que provocó el abandono de la antigua villa de Salamanca de Bacalar, fundada en 1545 por Melchor Pacheco durante la primera mitad del siglo XVI y abandonada tras el saqueo del pirata Diego el mulato en 1642.

Armado con cañones y muros altos y gruesos, el fuerte de Bacalar logró mantener el pueblo a salvo de los intrusos holandeses, franceses e ingleses que asediaban el territorio español. Los ingleses, interesados principalmente en el tráfico del palo tinte, se asentaron en el actual territorio de Belice, del otro lado del río Hondo, razón por la cual se detuvo la expansión de la Nueva España hacia el sur. 

Hoy, el fuerte alberga un pequeño museo que exhibe la historia regional desde los tiempos coloniales, el porfiriato, pasando por la guerra de las castas (que mantuvo amotinado Bacalar desde finales del siglo XIX hasta 1902), hasta el siglo XX, cuando Quintana Roo adquirió su identidad como estado. Son pocas las piezas de gran valor que aquí encontramos, pero nos provee de un respaldo histórico sin el cual nuestra visita a Bacalar no estaría completa, pues nos iríamos con la idea de haber visitado sólo un poco más del "azul turquesa" que caracteriza esta franja costera.

Con el ya mencionado abandono de la Villa de Salamanca de Bacalar, la selva se encargó de desaparecer el Templo de la Purísima Concepción al que los pobladores se habían advocado en el siglo XVI. No obstante, sobrevive el Templo de San Joaquín, testigo del resurgimiento de Bacalar en el siglo XVIII a orillas de la laguna. Pese a su sobria fachada y su pobre ornamentación interna, este monumento fue testigo de los esfuerzos de evangelización franciscana en el sureste de la península de Yucatán. El templo fue construido a mediados del siglo XVIII y está dedicado a San Jerónimo, que en la mitología católica era el padre de la Virgen María (algunas fuentes señalan a San Jacinto como el patrón original del nuevo Bacalar). Es cierto, su sencillez no puede competir con las iglesias barrocas o chirriguerescas del centro y norte de la república, pero agradecemos que siga de pie como evidencia del esfuerzo (enorme) que los españoles hicieron por convertir al catolicismo a los mayas.

Después de citar dos de los inmuebles más representativos de Bacalar, podemos entonces hablar de su principal atractivo: la laguna de Bacalar. Es mejor conocida como la laguna de los siete colores, debido a que adquiere distintas tonalidades de azul, verde o pardo dependiendo de la profundidad y sedimentos. Sus aguas son cálidas casi la mayor parte del año, lo que es una abierta invitación a nadar. 

Pero no se preocupen... la presencia aquí de cocodrilos es muy rara, pues las aguas son muy poco productivas y las especies de peces son generalmente pequeñas, por lo que no representan una alternativa interesante para los temidos reptiles.

En la laguna se han construido restaurantes. Los costos son algo elevados para un viaje económico, pero recomendaría pagar el precio, considerando que es también una especie de "boleto" para echarse a nadar a la laguna sin tener que acceder al balneario municipal, donde uno no puede dejar las cosas sin estar al pendiente de que alguien vaya a robárselas.

A cuatro kilómetros del centro de Bacalar se llega al cenote azul, de 90 m de profundidad. En una de sus orillas encontramos un restaurante, pero no es necesario pagar para echarse un chapuzón a este encantador cuerpo de agua.

Podemos decir que Bacalar es un destino que bien merece la pena visitar. ¿Pueblo mágico? De cierta manera guarda la tranquilidad de un pueblo. Uno puede visitar su acogedora plaza central y ver pasar el tiempo frente al histórico fuerte y su hermosa laguna, o visitar una iglesia que se guarda con celoso cariño por los habitantes. Sí. En mi opinión Bacalar reúne la mayoría de los requisitos para ser considerado en tal categoría, pero definitivamente se debe trabajar más en las calles del primer cuadro de la ciudad para devolverle ese toque histórico que le falta. En conclusión, es una población con encanto pero dista de ser uno de los pueblos más encantadores de México.

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